ERP/Miguel Arturo Seminario Ojeda. En Piura se dice choquecas, a las gallinas de plumas jaspeadas, a veces con una mezcla de blanco gris y plomo, otras de color ámbar y marrón, y así de diferentes formas; a ese mismo tipo de aves, en Chipillico las conocen como “gallinas charitas”.
En 1933, mi abuelo paterno había convertido a una choqueca en su mascota preferida, hoy parecerá una locura, pero don Miguel Ignacio Seminario Coloma, tenía una gallina a la que acariciaba, hacía bailar, saltar y correr tras los granos colorados, y cada vez que podía, los ponía en sus manos, dándole un festín a la gallina, que aparentemente identificaba a su dueño, mientras que a mi abuela y a mi tía Rosa Victoria, intentaba darles picotazos.
Era difícil de ver y creer a mi abuelo en ese espectáculo, que en Negritos, en medio de su seriedad, acariciara a la choqueca, olvidándose de sus hijos; para esos días, recordaba mi tía Rosa Victoria, solo tenía tiempo de acariciar a la más pequeña, a su engreída Nora Francisca, mientras que a los varones, formados en fila los hacía repetir, antes de dormir ¡Viva el APRA! cada vez que regresaba de sus reuniones en la célula respectiva en la zona petrolera. La choqueca era como una niña, nunca se explicó mi tía Rosa Victoria, porque mi abuelo quería tanto a su gallina, de manera que cuando “el fascineroso” se descarriaba 3 días, a su retorno, quería que en un solo instante la choqueca comiera tres raciones en una, intuyendo que no gozaba de la simpatía de nadie en la casa.
En una de esas “perdidas” que se dio mi abuelo, no dejó dinero para la comida, generando la angustia de mi abuela, que de acuerdo a la mentalidad de la época, dependía totalmente del marido. Al tercer día de ausencia, cuando solo quedaba un kilo de fideos canutos en la despensa, mi tía Rosa Victoria pensó en una solución práctica en la que no titubeó, y puso manos a la obra sin permiso de mi abuela. Creo que si mi abuelo hubiese intuido lo que iba a suceder, hubiese llevado con él a su mascota, porque ese día la gallina dejó de existir, bajo el filudo cuchillo de la cocina de la casa. Cuando mi abuela se dio cuenta, ya era imposible detener a mi tía Rosa Victoria, que de un toque mató dos pájaros de un tiro: los engreimientos de la choqueca, y el hambre de sus hermanitos, que no soportarían un día sin comer.
Esa noche mi abuelo regresó después de 3 días parranderos, la juerga había durado sábado y domingo, y el lunes había continuado después de la jornada laboral. Cuando mi abuelo, tras comer, ignorando que había ingerido las carnes de su mascota, pidió que se la traigan y con ella el maíz colorado para dárselo en el propio pico, mi abuela se temblaba recostada en su cama King Size de bronce, mi tía Rosa Victoria se adelantó a traer a la gallina. Regresó con una caja de whisky de 4 botellas, vacía, sin los envases, mi abuela no se había dado cuenta, que por la mañana había metido las plumas en el depósito que mi tía entregó a su papá, mientras le repetía, “aquí está la choqueca”. Es de imaginarse la angustia de don Miguel Ignacio, al relacionar que se había comido parte de su animal preferido, de la choqueca solo quedaban las plumas, mientras mi tía Rosa Victoria y no mi abuela, le increpaba, que los niños no saben de hambre, y que no iban a comer piedras.
Esa noche mi abuelo no les hizo repetir Viva el APRA, los hermanitos Seminario Gallardo se fueron a dormir tranquilos, sin entender el porqué, a ellos Rosa Victoria les había hecho creer que la gallina se había volado, y no se dieron cuenta de la tragedia de mi abuelo hasta el día siguiente, cuando lo vieron por la mañana como quien contaba las plumas de la choqueca, esparciéndolas por el aire, entendiendo quizá, que él era el responsable directo de su final.
Cuando en 1986, mi tía Rosa Victoria recordaba este episodio familiar, escuche que mi tía Manuela decía, no sería que la mataste porque mi papá acariciaba a la gallina y no a sus hijos, y se mezcló la necesidad de comer ese día con tu rabia por la choqueca, mi tía Rosa Victoria afirmó que no fue así, que solo el hambre le hizo cortar la línea de la vida del ave. ¡Quién sabe!, hasta hoy, yo no digo nada, le preguntaré a mi hermana Esther que supone ella de esto, porque en el carácter, es algo parecida a quien sacó a la gallina del escenario familiar. Yo no digo nada, que lo digan los demás.
Miguel Arturo Seminario Ojeda/Presidente Honorario de la Asociación Cultural Tallán.