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Sáb, Nov

Tiempo para creer y crear

Miguel Godos Curay
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ERP. (Por: Miguel Godos Curay) Dice en su XXI terceto de Proverbios y Cantares el poeta Antonio Machado “...Pero yo he visto beber/ hasta en los charcos/ del suelo./ Caprichos tiene la sed.” Esa misma sensación humana desoladora sentimos al paso de las ambulancias con ulular indetenible. Ese dolor de muerte cuando nos toca los ojos para arrancarnos la vida. Y no hay límites para la cuenta inacabable de ausentes. Vivimos en carne propia la paradoja del mundo al revés. Descubriendo lo que habíamos por largo tiempo ignorado. Sin entender la permanencia y la fugacidad de las cosas.

Un mundo transformado sin la intimidad del gesto humano. Un mirarnos sin mirarnos en la pantalla del ordenador como en una ventana por donde asoman ahora los afectos y los desafectos. Lo odios vomitados, el encono gratuito y el concupiscente guiño a la pantalla alimentando ilusiones pasajeras. Tratando de aprender la inauguración de un mundo inédito. De hoy en adelante los clic… clic… clic… del teclado lo dicen todo en la logósfera planetaria. La sensación de la proximidad humana no se pierde pero ya no se siente cálida, cordial como un beso en la frente. Como una sonrisa que lo dice todo. Como el sabor indescriptible de la guayaba y la ciruela apetecida. 

El tiempo transcurre fugaz pero ya no corre como el agua entre los dedos sino como el parpadeo de la clepsidra electrónica y no se detiene. Ya no nos comunicamos, nos conectamos. Nos miramos y miramos a nuestros interlocutores con el pasmo de los santos de repisa. Ya no sentimos los sabores la gula digital es como la concupiscencia oculorum que acusaba Saulo de Tarso. Come con los ojos y devora con las pestañas. Y los afectos son hoy telegramas interminables para la fornicación mental que inventa nuevos pecados y sensaciones en la nueva era digital.

Los juegos de ayer ya no existen. Los nuevos son apasionantes seducciones de las pantallas en donde aprendes a matar y a convertirte en una fiera experta en mover sincopadamente los pulgares pero no sabes escribir con lápiz o pluma tarea convertida en ritual de la arqueología. Hoy lo que se compra se mira y no se toca cuando lo tocas es muy tarde para el reclamo y aprendes a desconfiar de todo lo que venden las redes. Se vende de todo, ropa a precio huevo de la pasada estación, trajes nuevos para lucir en casa. Zapatos para grandes y chicos. Cosméticos con los atributos de los menjurjes de bruja, remedios curalotodo, cursos de idiomas para aprender a comunicarse en el mundo global. Imágenes descarnadas que invocan un like para continuar su engañifa.

La asombrosa cosmética digital surte efecto y convierte en musa a una moza carente de encanto y de belleza con glúteos de cebolla china. Lo que la cirugía estética no da Photoshop brinda. La realidad no iguala a la foto retocada, a la imagen que seduce y atrae por sus añadidos panqueques virtuales. Una abuela con arrugas de reseco maracuyá rejuvenece y una adolescente audaz se aumenta los años para presumir. Un imbécil con gafas aparenta ser inteligente. Y un inteligente corre el riesgo de convertirse en un robot extasiado por los juegos. Los ajedrecistas desafían a la máquina con la pretensión humana de ganarle una partida. La tentación de la aparición en Facebook no se detiene. Sino apareces en las redes sociales no existes.

Ya no se leen las páginas de papel de los libros los textos aparecen en la pantalla en la versión virtual. Los habituados a la letra impresa y a sentir un libro entre manos corremos serio peligro. Somos una especie en vías de extinción e integramos tribus silenciosas que busca en el inmenso océano de la nada y en las junglas de los mercados: libros. Libros para llenar vacíos y verter conocimiento en las mentes. Libros que nos abran los ojos a la belleza. Libros que nos enseñen y nos hagan mejores en todo. Libros que son grata compañía para el que está solo y emprende la tarea, como Proust, de ir en busca del tiempo perdido.

La soledad con libros es transitoria y pasajera. El libro despierta pasiones tiene su propio aroma de papel y tinta. El libro viejo posee ese atributo divino de ser como el “bonus odor Christi” el buen olor de Cristo que nos sacude, con convicción y certeza profunda, para abrir el entendimiento e iluminar la inteligencia. Leer es una invitación gentil a pensar y experimentar la lectura como un acto propiamente humano. Emprender una aventura que motiva el escribir, recordar, comentar y extraviarse en una búsqueda insaciable de un libro a otro, párrafo por párrafo, abrir la puerta a un sueño. Algo así como vaciar el reservorio de las emociones y vivencias propias de la cultura escrita. Leer nutre el alma, despierta la sabiduría y la prolonga en el espacio y el tiempo con un afán de perennidad más allá de la muerte.

Mientras un peruano o peruana lea mi país tiene porvenir. Mientras un joven estudie permanecerá esa práctica generosa de leer escribiendo y escribir leyendo. El estudio requiere pasión. Leer, advierte Jorge Larrosa, es una experiencia infinita, inapropiable e interminable. Finalmente escribes lo que lees y lees lo que escribes. Es una experiencia arrobadora, un ensimismamiento íntimo, callado y gozoso. Es ahí en donde surge la provocación de la letra y muerde las fibras interiores, lees y escribes, escribes y lees.

Aprendes a utilizar las palabras, las escribes, las saboreas, las sientes, disfrutas de la sonoridad y de su potencia como tañido de campana. Abres los diccionarios como un oráculo revelador de significaciones ontológicas íntimas en el silencio de las calles desiertas. Las palabras ondulan el silencio como la piedra que cae sobre el espejo de agua del estanque. El silencio de las palabras es el silencio de Dios. Las palabras respiran, tienen vida propia, Martos dixit, nos hablan con naturalidad elemental, también las hay osadas y audaces, sacuden e interrogan, Las de invicta nobleza son sensiblemente humanas y elevadas. Las de amor son ternura de flor que abre sus pistilos. Su código genético busca la perpetuación de la vida y dan frutos.

Hay palabras que bullen en la punta de la lengua ordenan o reclaman, exigen y buscan respuestas. Asombran o silencian. Las hay impronunciables son el veneno que mana de la boca de Judas. La mentira perversa, la farsa, el engaño, la traición. El sebo de culebra, la hiel amarga, la ponzoña del escorpión, los colmillos de la víbora, la sarna intelectual de la envidia, la soberbia químicamente pura, la enana mediocridad. Hay palabras para entretener y repiten los circunloquios de los trompos. Hay palabras que brotan de las profundidades del alma. Son generosas y agradecidas. Y las hay intensas y emotivas pues despiertan amor. Hay palabras sublimes con la potencia de un recado entregado a las oídos de Dios. Saben a ruego y a perdón. Tienen la estatura de la Vía Láctea y la humildad de un sorbo de agua para aplacar la sed.

Diario El Regional de Piura
 

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