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Vie, Abr

El espíritu de los ríos de Marco Martos

Miguel Godos Curay
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ERP/Miguel Godos Curay. “El espíritu de los ríos” es un poemario caudaloso. Así lo advierte el autor. “A lo largo de varios años, poco a poco, me he ido relacionando con la selva del Perú, con sus espacios y su gente. He ido conociendo algunas ciudades y sus alrededores: Iquitos, Moyobamba, Tarapoto y los ríos majestuosos: el Amazonas, en Loreto y el San Francisco en la selva de Ayacucho.

He apreciado el arte de los pintores, la sencillez de los pobladores, su don de gentes. Y se fue generando en mí un profundo aprecio por todo el territorio y por las personas. Los poemas para la selva fueron apareciendo de modo espontáneo y, de pronto, se hicieron un plan que ahora, culminado, puedo ofrecerlo a los lectores”.

El poeta confiesa a Caretas su vocación irrenunciable. “Soy un loco en la escritura y tengo el delirio de la escritura. A lo largo de los años he ido descubriendo que lo que mejor hago es escribir poesía. Ahora tengo dos poemarios más terminados que serán publicados el próximo año. Voy a preparar también otras cosas que puedan salir. Voy a hacer un pequeño libro sobre Vargas Llosa y un libro de meditación sobre la poesía en la línea de Octavio Paz o de Rilke”. La poesía es un río desbocado, indetenible. El río corre como si lo arriara un tropel imaginario de ninfas. Nadie se baña dos veces en la misma agua del río preñado de meandros que son los vaivenes de la vida misma según Heráclito de Éfeso.

Los ríos de Piura tienen nombre propio. El veleidoso Río Piura al que trovó tonderos Miguel Correa Suárez. Río bondadoso en tiempos de sequía. Enloquecido y furioso con la creciente. Otrora mantuvieron vivo su cauce los tallanes con el indestructible Tajamar de Tacalá. El Chira, es el sultán de Sullana, nace en el Ecuador. Ahí se llama Catamayo, Calvas, Macará en tierras nuestras. Al Chira lo recorrió desde la naciente Rosendo Melo. Y junto a sus aguas cananeas, advierte Porras, Pizarro fundó San Miguel en 1532. Cuando no existían puentes de fierro sus orillas estaban pobladas de totorales y canoas. Algunas ocasiones de caimanes daban que daban pie a viejas leyendas. Los canoeros conducían, por pesetas, de una orilla a otra los productos del comercio, viandantes y pasajeros. En grandes balsas, las bestias. El Chira luce el esplendor del valle verde. Y hoy cautivo su cauce se puebla de lirios. Sullana es la perla del Chira. Lame el Chira los arenales formando oasis para ir a desembocar al mar que es el morir. Ahí se diluye amenazado por la extracción de crudo.

Dice Martos en su poema: El pintor y las serpientes: /Te veo en una piragua por el Amazonas,/con tus pinceles que son flechas de amor para las sirenas,/mientras los monos aulladores hacen muecas/ y se deslizan pitonisas las serpientes bajo las lianas. No pudo ser mejor el homenaje al Día del Libro. Martos presentó su hídrico poemario en Marcavelica entre sorbos de agua de coco y piqueos donde La Barahona. Salchicchas, chifles y carne seca.

Marcavelica, rodeada de cocoteros, vianderas y notarías sospechosas. El topónimo Marcavelica surgió del nombre propio de Maizavilca el señor de Poechio que no teniendo nada que regalar a Pizarro entregó como don a su sobrino. El inteligente rapazuelo asumió el nombre cristiano de Martín con el gentilicio “de Poechos” y se fue con la hueste perulera. Decía llamarse Martín como los Pizarro. Martinillo de Poechos, dominaba la lengua tallana y algo de runa simi. Su adolescencia lo privó de ser faraute entre los españoles y Atahuallpa. Felipillo el indio huancavilca, ex profeso, tradujo mal perversamente para quedarse con una de sus hermosas concubinas. El epílogo, la muerte del señor del dorado imperio.

Marco, retorna a Piura después de mirar con desolación y desencanto el desplome de la casa paterna en el jirón Libertad. El río Piura está registrado en el inventario del asombro por los daños que perpetra. En el descubrimiento de los seductores encantos de la Roca del diablo donde los remolinos atrapan a los churres confiados y perecen ahogados. Y el sexo furtivo en las covachas debajo del puente. El malecón Eguiguren por donde transitó Vargas Llosa en compañía de doña Dora, su madre, para conocer al ánima viva de su padre. Aquí esta Marco Martos con su recado de recuerdos y emociones memorables y esas ganas indetenibles de escribir. Aún estamos buscando el árbol que perennizará su nombre frente al nuevo pabellón de la Facultad de Educación. Lo plantará con sus manos y el estará siempre presente en su tierra entre el cielo de Piura, el sol, la luna y las estrellas.

 

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