ERP. Uno de los recuerdos indelebles de Paita era esa entrañable veneración familiar a los ausentes, párvulos y difuntos, angelitos y muertos representados en el pan y los dulces preparados por los panaderos porteños. La familia entera marchaba al camposanto con ramos y coronas de flores de satén y raso propicias para la ocasión. El camposanto se iluminaba con bombillos y velas, velar era el verbo propicio para el momento. Los cementerios crecen y los viejos cuarteles de adobones se deshacen con las lluvias.
Por. Lic. Miguel Godos Curay
Periodista y docente universitario
No se trataba del vigor de la costumbre sino de un rito vinculado en sus raíces a los antepasados. Los cementerios se llenan de feligreses, rezadores y rezadoras canturreaban padrenuestros y avemarías por el descanso eterno. Igual sucede en puertos y caletas con los pescadores cuyos cuerpos no fueron hallados y se les arroja flores al mar al filo de la madrugada. El cementerio parecía un concierto de luciérnagas que ardía toda la noche y junto a las tumbas los deudos fervorosos.
En cada uno de nuestros pueblos permanece viva la tradición. Las cruces al filo de las carreteras, las ánimas misteriosas del soldado desconocido en la trocha del 55 camino a Huancabamba, la turquita en el Cementerio de Chulucanas a quien le colocan cigarrillos en pocillos de arena. Las ánimas descarriladas en las proximidades de La Huaca en donde se produjo un accidente ferroviario el 12 de enero de 1886 con numerosos muertos. El túmulo de Juan el desconocido en el Canal de Cieneguillo en Sullana que amanece y anochece con velas encendidas son los rincones favoritos de esta devoción por los difuntos.
En la sierra de Morropón, Ayabaca y Huancabamba se mantiene vivo el respeto por las huacas y tumbas de nuestros antepasados. Oraciones y ofrendas no faltan. Los conductores de trechos largos por las carreteras tienen sus ánimas preferidas a las que saludan a su paso con el claxon u ofrendándolos flores a su raudo paso. No hay rincón en donde una cruz, una leyenda nos conecten con el pasado. Aún resulta un enigma la sepultura de los montoneros chalacos que vivando la comuna tomaron Piura el 28 de enero de 1883. Fueron más de 60 los muertos muchos de ellos fusilados en la playa del río por orden del Prefecto Fernando Seminario Echeandía.
En Piura, una genuina reliquia de nuestro pasado es el Cementerio San Teodoro, fundado y construido por Don Francisco Javier Fernández de Paredes y Noriega en memoria de su hijo Teodoro de los Santos Fernández de Paredes y Carrasco. Fue estrenado el 28 de febrero de 1838 siendo Gobernador de la Provincia Litoral don Mariano de la Sierra y Vicario Eclesiástico don José de los Santos Vargas Machuca. Teodoro de los Santos, Antiguo Conde de Torre Bermeja y Comandante del Regimiento Cívico de Amotape, nació en Piura el 8 de noviembre de 1813, falleció en Frías el 18 de agosto de 1834. Tenía sólo 21 años cuando lo sorprendió la muerte. Los restos del primogénito descansan al lado de sus padres.
En San Teodoro se preservan los restos de Miguel Gerónimo Seminario y Jaime, Francisco Távara, José de Lama, Manuel Frías, Juan Espinoza, Miguel Cortés, el Coronel Romualdo Rodríguez Ramírez, Genaro Seminario, Manuel Rejón, José María Arellano, José María León, Francisco Frías y Lastra, Toribio Seminario Vascones, Eugenio Raigada, el coronel Maximiliano Frías, el poeta satírico y profesor del San Miguel Saturnino Velásquez y Carrasco, Federico Moreno, fundador de la Sociedad de Artesanos Grau, hoy Club Grau. Entre muchos otros cuya memoria y vínculo vivo con el pasado de Piura urge rescatar.
Muy cerca a la tumba del cura don Fermín Seminario está Felipe Cossío del Pomar, el insigne pintor y biógrafo de Haya de la Torre, erudito de la pintura cusqueña. También reposan ahí Luis Antonio Eguiguren, insigne humanista y académico sanmarquino, jurista probo y ejemplar magistrado, electo Presidente de la República en 1936. Legítimo poder conculcado por la dictadura. Ahí al costado izquierdo están las tumbas de Luis Paredes Maceda, primer electo Presidente Regional de Piura, Ricardo Ramos Plata presidente de la Corpriura y el Diputado Heriberto Arroyo victimados por Sendero Luminoso. Basta leer La Violencia del Tiempo de Miguel Gutiérrez, para que estos personajes de los siglos XIX y XX cobren vida gracias a la ficción.
Muchas de estas historias se repiten saboreando un retinto café acompañado de las tradicionales roscas de muerto de las panaderías de Navarro o Suárez ubicadas en el la avenida San Teodoro y el jirón Loreto que son parte de esta tradición. No faltan los angelitos de camote y piña, los panecillos con miel que se reparten en memorial de los párvulos en el atrio de la Iglesia de Catacaos. Es Piura que se vuelca a los cementerios con un recado de añoranza y esperanza. Es el curso indetenible de la vida. Todos vamos por el mismo camino, unos con prisa y otros a ritmo de la paciencia. Como en el cine, el final, a todos nos espera y desespera.