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Vie, Abr

El batallón ausente o el listón antibélico

Nelson Peñaherrera
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Por: Nelson Peñaherrera Castillo. Esta semana, una docena de colegios en todo el departamento de Piura y uno en Iquitos expresaron su negativa a participar en los actos públicos -léase desfile cívico-escolar- por Fiestas Patrias arguyendo que su presencia podría avalar a autoridades presuntamente corruptas, en el contexto de los audios, videos y archivos que se están publicando, y que darían indicios de negociados en favor de grupos de poder o quizás crimen de alto nivel.

Como era de esperarse, algunas personas ya han acusado a estas instituciones educativas de promover un sentimiento antipatriótico, si es que traducimos por patriotismo a la capacidad de demostrar quién levanta más el borceguí sin flexionar la pierna, o quién puede soportar más tiempo pabellones y estandartes casi incrustados en el bajo vientre.

Por supuesto, por el otro lado también podríamos decir que las generalizaciones no son siempre buenas, ya que como puede que en el estrado haya autoridades de cuestionable actuación, también las haya totalmente intachables. En todo caso, por sus frutos las conoceremos.

Pero, ¿no desfilar en homenaje al Perú en un contexto como el actual puede ser antipatriótico? La gente que simpatiza con esta idea sostiene que es ahora cuando más se necesita mostrar que el país está unido al margen de sus problemas. ¿A mal tiempo, buena cara? ¿Y lo que realmente siento dónde queda?

desfile es

En 1965, en una escuela secundaria en Des Moines, la capital del estado de Iowa (se pronuncia Áiowa, y queda en los Estados Unidos), una estudiante de 13 años llamada Mary Beth Tinker quedó tan impresionada con el discurso de un político federal (o nacional) que sugería a la gente ponerse un listón negro en la manga como protesta a la participación de su país en la guerra de Vietnam. Mary Beth se puso de acuerdo con una docena de compañeros, incluyendo su hermano, y a mediados de diciembre de ese año asistieron a su escuela con el listón negro en su manga.

El murmullo no tardó en armarse y la censura del plantel no se hizo esperar. ¿Cómo era posible que esa estudiante y un puñado de compañeros se atrevieran a oponerse a la participación de los Estados Unidos en la guerra?

Las autoridades escolares instaron primero, advirtieron luego y exigieron finalmente que Mary Beth y sus compañeros desistieran de la protesta porque estaban alborotando el campus. La chica y sus amigos y amigas se negaron, y, en todo caso, pidieron que les dejaran hacer la manifestación pacífica hasta el 31 de diciembre de ese año (a diferencia de Perú, el curso escolar comienza cuando acá tenemos primavera y acaba cuando acá terminamos el otoño). La escuela suspendió a los y las estudiantes, y el caso se elevó al Distrito Escolar de Des Moines, que, eventualmente, confirmó la suspensión.

Quienes se sintieron ofendidos por la protesta tildaron a la chica y sus compañeros de antipatriotas (sí, coincidencia),y, como sus padres y madres la respaldaron, no faltó el desadaptado -siempre tiene que haber un tarado en toda controversia- que tomó el teléfono, llamó a las estaciones locales de radio y amenazó de muerte a quienes siguieran el ejemplo de Mary beth, y a la propia Mary Beth. Incluso, las amenazas se hicieron al aire.

La chica y sus compañeros denunciaron al Distrito escolar ante la Corte de Des Moines alegando que la sanción de la escuela estaba violando su libertad de expresión, contenida en la Primera Enmienda de la Constitución de su país, a la que también se acogen los medios de comunicación allá en tierras del Tío Sam. La corte confirmó la decisión escolar.

La chica y sus amigos apelaron a la Corte de Circuito, que es algo así como si juntáramos a varias cortes superiores peruanas de justicia en macrorregiones, y obtuvieron el mismo resultado. Entonces, el caso llegó a la Corte Suprema de los Estados Unidos, la última y definitiva instancia. Para compararlo con el modelo peruano actual, es como si fusionáramos a la Corte Suprema con el Tribunal Constitucional. Sí, a esos niveles llegó el tema.

Ah, detallito: entre abrir el caso, audiencia, veredicto y apelaciones, el asunto duró como tres años hasta llegar a esa máxima instancia. Sigamos.

Para hacer corta la historia, en 1969, la Suprema falló a favor de Mary Beth Tinker, ordenó que el castigo sea retirado del registro de la estudiante (y de sus amigos) y pidió cierta compensación por las vejaciones de las que había sido objeto. Para entonces, el Acta de los Derechos Civiles estaba en plena ebullición, impulsada en sus momentos por el presidente John F. Kennedy y el pastor protestante Martin Luther King, Jr. Ambos fueron asesinados, se dice, por ésta entre otras razones.

La Corte Suprema dijo en su decisión que el argumento de Mary Beth respecto a la defensa de su libertad de expresión era correcto, que al estar contemplado en la Constitución de su país, no solo estaba por encima de cualquier reglamento local o institucional sino que era de aplicación universal a quienes tuvieran la ciudadanía estadounidense sea por nacimiento o por naturalización. Sin embargo, aconsejó que tales formas de expresión tomaran en cuenta la sensibilidad del entorno, y se aprovecharan como oportunidades para hacer una pedagogía del espíritu democrático bajo el que la nación había sido fundada en 1776.

Por cierto, a la década siguiente de la protesta, la propia prensa estadounidense se encargó de exponer que la participación del país en Vietnam no solo había sido una decisión incorrecta sino un fiasco que generó la vergüenza nacional, y que dio pie a una generación ochentera de películas y series cuyos protagonistas eran almas atormentadas que no pudieron superar la derrota (ejemplo: Rambo, Los Magníficos).

El caso Mary Beth Tinker contra el Distrito Escolar de Des Moines es, hasta la fecha, uno de los más emblemáticos sobre la defensa de la libertad de expresión en los Estados Unidos, y su protagonista llegó a convertirse en enfermera pediátrica y activista por los derechos civiles de adolescentes escolares en su país. De hecho, lo recorre de costa a costa dando conferencias en las que educa al respecto.

Traspolándolo al caso peruano -la codificación legal nuestra y la estadounidense no se parecen en casi nada-, creo que cuando un o una estudiante internaliza los hechos a su alrededor y toma una postura a conciencia, es decir, llega a desarrollar sus propias convicciones, podríamos educarle para que las sustente y defienda de forma inteligente en medio de un debate público ídem. Señalarla en términos sancionatorios o peyorativos, en el contexto actual, no es, precisamente, la mejor forma de educar en ciudadanía.

Si un o una adolescente no quiere marchar en protesta por la corrupción, si decide poner un crespón negro en su foto de perfil de redes sociales por la misma razón, o si lo usa en su manga como Mary Beth, debería ser la oportunidad para educar que la democracia se basa en la diversidad de posturas y opiniones, en el respeto con que éstas conviven y en la oportunidad que existe de innovar un país desde sus diferencias. Obligar al pensamiento único, al respeto de los status-quo que en realidad son consensos negociables, y a que la hostilidad es el mejor mecanismo de defensa, sería una torpeza pedagógica, y este país ya no está para esos paradigmas.

Encima, me dicen abogados que no hay ningún reglamento ni ley en el Perú que obligue a escolares o colegios enteros a desfilar. Entonces, si la base legal consiste en que no hay base legal, ¿cómo queda el argumento del antipatriotismo?

Los tiempos están cambiando, y nos toca a todos y todas -porque la educación no es privilegio ni exclusividad de las escuelas- generar los entornos para que esos cambios sean positivos: un país con actos externos que maquillen un desastre no es lo que queremos; queremos un país que avance para adelante una vez que haya resuelto sus problemas más apremiantes.

(Opina al autor. Síguelo en Twitter como @Nelsonsullana)

 

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